Se consumó lo que se preveía. Tan sólo apelábamos al milagro y a la "rasmia" para que el Zaragoza se salvase. Tenía que ganar, pero vista la secuencia de la temporada y de las últimas jornadas, parecía imposible. Con el Real Madrid tan sólo faltó que les pusieran una alfombra para que entraran al área, y ni aún por esas.
Ahora tenemos nuevamente a un equipo en segunda, con una directiva de tercera y una afición de primera.
Y a esta última se apela para tratar de los sentimientos más allá de lo que en realidad el Zaragoza es: una sociedad anónima deportiva, que por cierto acumula una enorme deuda.
Y es a los sentimientos de estos últimos a los que se apelará para recalificar la ciudad deportiva, igual que en su día se hizo con las oficinas. Y más aún, para hacer un estadio con la misma capacidad del que se quería hacer, pero esta vez en un área en la que habrá más negocio para todos: para el Zaragoza como club y para los inmobiliarios que tendrán un polo de atracción económico en esas fincas.
Pero las idas y venidas de jugadores, las cuentas que manejan, los cargos que ocupan, seguirán siendo privados.
Una vez más se mezclan sentimientos arraigados y negocios privados.
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