Discurso íntegro del vicepresidente, José Ángel Biel
Respetadas autoridades, señoras y señores, queridos amigos:
Un ilustre aragonés, Pedro Alfonso, avisó que “el silencio es el signo de la sabiduría; la locuacidad es señal de la estupidez”. Y uno de nuestros sabios más universales, Baltasar Gracián, dijo algún siglo después; “el oído es la segunda puerta de la verdad y la primera de la mentira”.
Con estas advertencias, quizá sea un atrevimiento comparecer ante ustedes esta mañana, para exponerles cómo se ve y se vive Valencia desde Aragón o, quizá mejor, qué podemos hacer juntos para beneficio de nuestras comunidades y, también, de España, del conjunto del Estado.
Parto de que mi voz, hoy, intenta hablar en nombre de los aragoneses, de una Comunidad que, si se atiende a los principales criterios estadísticos que miden el desarrollo, ocupa el sexto lugar en la mayoría de ellos y en algunos otros, como el poder de compra, el cuarto. Con el aval de estudios prestigiosos, podemos decir, incluso, que en el período 2000-2006 Aragón ha sido la Comunidad que más ha mejorado su productividad, un 3%. Y la Comunidad Autónoma con el segundo mayor porcentaje de iniciativas emprendedoras, solo superada por Madrid.
Los aragoneses ya no presumimos tanto del individualismo heroico que nos atribuyó Ramón J. Sender como de nuestra fuerza colectiva. Sea por su estratégica posición geográfica o por el impulso de su sociedad, Aragón ha dejado atrás momentos difíciles del pasado reciente, en los que muchos aragoneses tuvieron que buscar fuera las oportunidades de futuro que no encontraban en su tierra. En el siglo XX Teruel perdió la mitad de su población. Sin embargo, en los últimos años nuestra tasa de crecimiento económico ha ido acompañada de un aumento importante de población, condición que los expertos ponen para aceptar que un territorio progresa.
Somos también una tierra abierta, un pueblo integrador, gestado a través de un rico crisol de razas y culturas. La mayoría de nosotros se siente parte del mundo, y por tanto de España o de Europa, desde Aragón. “Se es universal desde alguna parte”.
Personalmente, no vivo ese mapa de identidades múltiples como un problema, sino como una oportunidad: lejos de sentirlas incompatibles, me enriquecen como complementarias. Oigan, pues, mi visión sobre España y sobre las relaciones entre Valencia y Aragón desde esa perspectiva que afirma la identidad propia sin negar la ajena.
En la política nuestra Comunidad vive momentos de sosiego y esperanza, de estabilidad. La sociedad aragonesa ha sabido convertir esta estabilidad institucional, bien diferente a los continuos cambios de gobierno y de presidentes (hasta 10) que caracterizaron nuestras primeras legislaturas autonómicas, en un enorme cauce de desarrollo que nos ha llevado a crecer en los últimos cinco años a una tasa del 3,4%, superior en una décima de punto a la media española.
Estabilidad y autonomía políticas han hecho posibles proyectos como la logística (PLA-ZA, PLATEA, PLHUS), el PTR (Parque de Reciclado más importante de Europa), Puerto Venecia, La Ciudad del Motor de Alcañiz, DINOPOLIS ó el Parque Tecnológico WALQA. También la Expo 2008 y ……. ¿ por qué no ¿, Gran Scala en Los Monearos, con una inversión prevista de 17.000 millones de euros.
La solución que la Constitución de 1978 dio a la llamada cuestión territorial, es decir la Constitución del Estado de las Autonomías, a pesar de algunas versiones que la clase política se empeña últimamente en exacerbar, ha hecho posible una España más justa y equilibrada, donde esos proyectos son posibles. O, es que alguien piensa que en un Estado centralista hubieran sido realidad ?. Y todo ello con unas Administraciones a la mitad de coste en porcentaje de PIB que el centralista Estado francés.
Desde Abril de 2007, Aragón dispone de un nuevo Estatuto de Autonomía, que nos ha dotado de mayor capacidad política, de más competencias y recursos económicos. Sobre todo, si somos capaces de desarrollarlo con inteligencia y constancia, y quienes gobiernen España la próxima legislatura favorecen ese proceso con una lectura flexible de la Constitución y del propio Estatuto. A ese respecto, pensamos seguir aquel consejo de Mariano Manuel Nipho, un aragonés al que se considera el primer periodista español de la época moderna. “Yo soy aragonés –dijo- y lo que una vez emprendo con ánimo de continuarlo, lo seguiré contra todo el torrente de los preocupados, (…) contra todo el orgullo de los presumidos”.
Aragón está, pues, en condiciones de contribuir a la España del futuro. Especialmente, si se tiene en cuenta que estamos en el centro del 75% del Producto Interior Bruto Español y que esa posición nos convierte en una vector estratégico para los dos ejes de desarrollo más importantes del país: el que une Cantábrico y Mediterráneo y el que articula la conexión Madrid-Barcelona, con su prolongación hasta Lisboa.
De un tiempo a esta parte, las comunicaciones han hecho posible manejar una nueva geografía. Gracias al AVE y a las autovías, Barcelona está ala distancia de Fraga, Madrid en Calatayud, Valencia en Teruel, Bilbao en Tudela.
Desde ese valor, el que deriva de nuestra posición y de nuestro impulso de desarrollo actual, aspiramos a ser un factor clave que articule el noreste de España, una zona de especial dinamismo e importancia para el Estado. Desde esa vocación integradora, tenemos también la voluntad de ser protagonistas en el futuro del Estado y de España. Queremos que Aragón crezca en España. Y creo que ya es momento de hacer España sin pasar necesariamente por el poder del gran centro que es Madrid o sin el lobbysmo implícito que suponen las cuestiones catalana y vasca. No conviene afrontar problemas del siglo XXI con referencias y modelos del siglo XIX.
No vean en mis palabras anteriores autosatisfacción ni soberbia. Por algo dice Gracián que “es más fiera la lisonja que el odio, puesto que este señala los defectos que se pueden corregir, mientras aquella los disimula”. No tendría sentido alardear de nuestro progreso y ambición ante una Comunidad de prosperidad e importancia tan relevante como Valencia. Nos sentimos parte de España y estamos dispuestos a sumar con quienes comparten con nosotros aspiraciones y algunos problemas.
Soy bien consciente, además, de que Aragón y Valencia vivieron momentos brillantes de su historia en el marco de la Corona de Aragón e, incluso, de que nos unen algunos símbolos de enorme valor colectivo. Por ejemplo, el milagro de nuestros Corporales de Daroca, tiene su origen en esta Comunidad, en Puig de Codol, al sur de Valencia.
Es difícil negar que compartimos vínculos más importantes que la proximidad geográfica o la pertenencia al mismo Estado. La leyenda sitúa a San Jorge, patrón de Aragón, luchando en la batalla del Alcoraz, en Huesca, pero también cabalgando por las costas de Levante. San Vicente Ferrer, patrón de esta Comunidad, decidió una parte importante del destino de Aragón y Valencia cuando su prestigio intelectual, su rectitud moral y buen juicio resultaron decisivos en el Compromiso de Caspe.
García Márquez apunta astuto en Cien años de soledad como “los puebles que olvidan su pasado están condenados a repetirlo”. En la última década nuestras comunidades mucho más alejadas, a veces casi distantes, de lo que corresponde a nuestra historia y cultura e, incluso, de lo que aconsejan la inteligencia y la prudencia. ¿ Hubiéramos podido adelantar la construcción de la autovía Sagunto-Somport de haber trabajado juntos a favor de una infraestructura que ambas comunidades necesitamos? ¿Habría estado tan abandonado el corredor ferroviario cantábrico mediterráneo en el caso de que Aragón y Valencia se hubieran dejado sentir, unidos, ante los diferentes Gobierno de España?
Tengo pocas dudas de que, en la colaboración de Aragón y Valencia, está una de las claves de que el noreste de España sea fuerte e integrador. Mi propuesta no busca el beneficio particular de las dos comunidades a costa de otras. Sé que dos comunidades que acuerdan prioridades y las formulan ante el Estado multiplican la capacidad de influencia y presión, con independencia incluso del signo político que acompañe al Gobierno de España. Sin embargo, pienso, sobre todo, en que esos acuerdos reforzarían, por ejemplo, la Travesía Central del Pirineo o el Valle del Ebro. Es decir, darían más juego a otras comunidades, como La Rioja o Navarra, y sobre todo reubicarían en sus justos términos, lógicas de poder que están haciendo daño al Estado.
Hace apenas dos años expuse un pensamiento similar en el Forum Europa, en Madrid. Recordé entonces que Aragón, Navarra y La Rioja ya firmaron un Protocolo de colaboración económica, cultural y social a principios de los noventa. Y avisé que abrir los Pirineos por Aragón era una cuestión de Estado, porque eliminaría las tensiones que se derivan de la saturación de los pasos por País Vasco y Cataluña, así como de la dependencia que eso crea al estado. Dije, incluso, que ambos proyectos quedarían completos si se les sumara la necesaria unión de los dos mares, Cantábrico y Mediterráneo, desde Valencia.
Hoy, como entonces, estas apuestas siguen pendientes, entre otras razones, porque no han merecido el rango de decisión estratégica para quienes han gobernado España y porque quienes podíamos haberlos impulsado hemos carecido de la decisión necesaria – no sé si también de la voluntad – para buscar el acuerdo con otros iguales nuestros o nos hemos resignado a límites ahora mismo infranqueables para las autonomías. Hablo, por ejemplo, de los convenios entre comunidades autónomas, algo que la Constitución permite, pero que está siendo leído como un riesgo para el Estado o para quienes gobiernan en Madrid.
En todo caso, quiero aclarar que, cuando fijo estos retos para nuestras comunidades o dibujo este horizonte de colaboración, hablo de sociedades tanto como de gobiernos. A diferencia de quienes todavía sostienen que las instituciones públicas y la sociedad han de ser realidades diferenciadas o que los intereses públicos deben estar nítidamente separados de los privados, soy partidario de que los actores sociales participen más en las tomas de decisión que afectan al interés colectivo e, incluso, de convertir en habitual el acuerdo o la cooperación entre los actores sociales públicos y privados en beneficio del bien común.
Lo que, en Aragón ha hecho posible, por ejemplo, depurar en tres años el 90% de las aguas de Aragón, o un Plan de Carreteras de casi 700 millones de euros y cuya ejecución no superará los cuatro años.
Sin duda, las instituciones públicas han de asumir su responsabilidad y liderazgo en la gestión y promoción del interés general. Pero, al mismo tiempo, deben tener claro que lo privado no niega necesariamente lo público y no pueden apropiarse del bien común como algo exclusivo. Soy partidario, pues, de explorar esas nuevas formas de gestión pública que ya se conocen como gobernanza. Por ello, invito desde esta tribuna a que ambas sociedades, las de Valencia y Aragón, y no sólo los dos gobiernos, fijemos las aspiraciones que compartimos, como es el caso de fortalecer el noreste de España y el eje cantábrico mediterráneo, para luego sumar nuestros esfuerzos y capacidades con el objetivo de hacerlas realidad. O aprendemos a sumar lo público y lo privado o nunca lograremos multiplicar los resultados.
Algunas diferencias bien recientes, en las que cada Comunidad ha defendido con vigor y persistencia lo que ha entendido como sus intereses generales, no deben ser motivo suficiente para impedir que trabajemos juntos en busca de objetivos comunes. Menos aún para quebrar esa tradición secular de colaboración y encuentro entre dos pueblos tan vinculados por su historia y su cultura. En todo caso, quisiera que mis palabras de hoy ayudaran a olvidar los barrancos que puedan separarnos y crearan puentes intangibles, pero sólidos, para hacer juntos una parte de nuestro futuro colectivo.
Lupercio Leonardo Argensola recordó que “los libros han ganado más batallas que las armas”. En este momento, cuando España se dibuja como un proyecto tan común y compartido como diverso y plural, hemos de ser capaces de crear espacio de encuentro que faciliten el futuro de nuestras dos comunidades y de articular a su alrededor plataformas sociales que les den vigor y fuerza suficiente para que salgan adelante. Como parte de la Corona de Aragón, nuestras Comunidades fueron decisivas para que España se articulara como estado y pueden ayudar ahora a que ambos, estado y nación, sean más fuertes.
Creo que podemos ser un enorme impulso vertebrador de España desde la periferia y que, cumpliendo bien ese papel, haríamos más sólido el Estado. A los sesenta años de que se publicara La España Invertebrada, Fernando Chueca Goiti comentaba su vigencia recordando que Ortega veía en los particularismos excesivos y en el desequilibrio entre el centro y la periferia dos de los principales problemas para vertebrar el Estado. Hoy España sigue necesitando una periferia fuerte e integradora casi tanto como un centro menos obsesionado por tener contentos a los díscolos.
Por eso, he dicho varias veces que abrir los Pirineos por Aragón es una cuestión de Estado. Sin duda, beneficiaría a nuestras dos comunidades, pero sería mucho mejor para España. Por eso, afirmo esta mañana también que considero una cuestión de Estado acabar con el olvido y el menosprecio en el que estas últimas décadas viven las comunicaciones carreteras y ferroviarias del eje Cantábrico Mediterráneo.
Y, porque sé que lo esperan, permítanme el atrevimiento de hablar en Valencia sobre el problema del trasvase del Ebro. Permítanme, al menos, unas reflexiones en voz alta.
Primero.- La cuestión del trasvase del Ebro es, en mi opinión, el único problema entre Aragón y Valencia. Ninguna de nuestras respectivas comunidades tiene problemas de identidad (sabemos lo que somos) y nuestros respectivos hechos diferenciales son perfectamente compatibles e incluso complementarios.
Segundo.- La utilización de los recursos de cada comunidad autónoma no es una cuestión que ataña a la soberanía nacional, en consecuencia, nada deberían opinar los que ningún interés tienen en la solución del problema. Si se plantea el traspaso de recursos de una comunidad a otra, debería ser ésta una cuestión bilateral, de negociación, en todo caso bilateral. No sé qué interés tienen, por ejemplo, los canarios en el trasvase del Ebro.
¿ Les gustaría a los valencianos que sobre los recursos concretos de sus suelos opinaran, por ejemplo, los gallegos ?.
El trasvase sólo tiene solución, si la tiene, considerando la cuestión como de carácter bilateral.
Tercero.- El régimen de concesiones de agua.
La trasferencia de recursos de una comunidad a otra, limita el crecimiento de la cedente. Trasvasar 1.050 Hm3 del Ebro significa que Aragón no podrá utilizarlos nunca en el futuro.
Limitar el crecimiento de una comunidad beneficiando a otras es muy grave. Sobretodo si se hace sin contar con el perjudicado.
Cuarto.- El concepto de aguas sobrantes.
Un recurso sobra cuando no se utiliza. En Aragón sobrará agua mientras no se ejecuten las obras de regulación pendientes desde hace 100 años: la Ley de 1915, el Pacto del agua del 92 y, su actualización de 2007.
Y no se ejecutan por la misma Administración que ha propuesto ya tres trasvases del Ebro: la Administración del Estado.
No confundan el agua sobrante exclusivamente con el agua que llega al mar.
Quinto.- Termino con una pregunta: ¿sería posible utilizar en la costa mediterránea el agua que llega al mar, en un punto fuera de la cuenca del Ebro sin generar derechos concesionales de cara al futuro ¿
Manuel Alvar, uno de los aragoneses y españoles ilustres de las últimas décadas, nos dejó dicho que son los políticos “quienes crean la moral colectiva con su propia conducta. Antes fueron otros. Y antes de ayer, otros. Hoy, no “. Quiero que lean mis palabras de esta mañana como la expresión de un compromiso con mi tierra, Aragón, con mi gente, los aragoneses, con España y los españoles, con el Estado. Y, al mismo tiempo, entiéndalas también como la mano tendida de un amigo que nació y se siente turolenses y, por tanto, que aprendió a mirar a Valencia con la sonrisa de quien se sabe siempre bien acogido y apreciado.
Es todo. Muchas gracias
1 comentario:
O sea, que nada se ha sacado de contexto.
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